Los extractivismos y el subdesarrollo
Debates
Los extractivismos y el subdesarrollo
La maldición de la abundancia
“El punto cuestionable de esta
modalidad de acumulación radica, desde una aproximación insuficiente, en la
forma en que se extraen y se aprovechan dichos recursos, así como en la manera
en que se distribuyen sus frutos. El asunto es mucho más complejo. Las sendas
del extractivismo –progresista o neoliberal– no son el problema mayor. La
dificultad radica en el extractivismo mismo, que en esencia es de origen
colonial y siempre violento, con todo lo que esto implica. Y que como tal nos condena
al subdesarrollo”.
Alberto Acosta *
Brecha, Montevideo, 30-10-2015
La apropiación de recursos naturales
que son extraídos por medio de una serie de violencias, atropellando derechos
humanos y derechos de la naturaleza, “no es una consecuencia de un tipo de
extracción sino que es una condición necesaria para poder llevar a cabo la
apropiación”, señala atinadamente Eduardo Gudynas. Y se lo hace sin importar
los impactos nocivos en términos sociales y ambientales, incluso económicos, de
los proyectos extractivistas. Por cierto muchas veces ni siquiera se considera
el agotamiento de los recursos y sus posteriores consecuencias.
Es preciso entender que los
extractivismos no se limitan a los minerales o al petróleo, los hay también
agrarios, forestales, pesqueros e incluso turísticos.(1)
Neoextractivismo
En los últimos años, conscientes de
algunas de las patologías propias de la modalidad de acumulación extractivista,
varios países de la región con regímenes “progresistas” han impulsado algunos
cambios. Sin embargo, más allá de los discursos no hay señales claras de que
pretendan superar realmente dicha modalidad de acumulación.
Desde una postura nacionalista se
procura principalmente un mayor acceso y control por parte del Estado sobre los
recursos naturales, y también sobre los beneficios que su extracción produce.
Esto no está mal. Lo negativo es que desde esta postura se critica el control
de los recursos naturales por parte de las trasnacionales y no la extracción en
sí. Y esto es aún más complicado cuando las empresas estatales actúan cual si
fueran trasnacionales.
Al menos hasta ahora, gracias a los
elevados precios de las materias primas sobre todo, en los países con gobiernos
“progresistas”, que han obtenido una mayor participación en renta
extractivista, los segmentos tradicionalmente marginados de la población han
experimentado una relativa mejoría a partir de la mejor distribución de dichos
ingresos. Y al no darse una redistribución de los activos y, menos, al no haber
afectado la modalidad de acumulación, los grupos más poderosos han obtenido la
tajada del león. Esta situación es explicable por la inexistencia de gobiernos
realmente revolucionarios y lo relativamente fácil que resulta obtener ventaja
de la generosa naturaleza, sin adentrarse en complejos procesos sociales y
políticos de redistribución.
Por supuesto, en los países con
gobiernos neoliberales los extractivismos gozan también de muy buena salud.
Gracias igualmente a los elevados precios de las materias primas en el mercado
mundial, en estos países también se han registrado mejorías en el ámbito
social. Aquí también se ha reducido la pobreza a través de políticas sociales
financiadas por los ingresos adicionales.
Ahora, cuando el ciclo de precios
altos de las materias primas parece haber llegado a su fin, las presiones
extractivistas no declinan. Al contrario. La dependencia de los mercados
foráneos, aunque parezca paradójico, es aún más marcada en épocas de crisis.
Todos o casi todos los países cuya economía está atada a la exportación de
recursos primarios caen en la trampa de forzar las tasas de extracción. Se ofrecen
nuevos incentivos a las empresas extractivistas, al tiempo que se flexibilizan
las normas ambientales y sociales. Esta realidad termina por beneficiar a los
países centrales: una mayor oferta de materias primas –petróleo, minerales o
alimentos–, en épocas de precios deprimidos, ocasiona una reducción mayor de
dichos precios.
Lo que sabemos con certeza, luego de
tantas experiencias acumuladas, es que –independientemente de los gobiernos
progresistas o neoliberales– en la medida que se amplían y profundizan los
extractivismos se agrava la devastación social y ambiental. Los derechos
colectivos de muchas comunidades indígenas y campesinas son atropellados para
ampliar aun más la frontera petrolera o para permitir la megaminería o incluso
para fomentar los monocultivos de todo tipo. La criminalización de la protesta
social está a la orden del día: decenas de líderes populares son encausados
penalmente por defender el agua, los derechos y la vida misma. (2)
Además, está claro que si se
contabilizan los costos económicos de los impactos sociales, ambientales y
productivos de la extracción del petróleo o de los minerales, desaparecen
muchos de los beneficios económicos de estas actividades. Pero estas cuentas
completas no son realizadas por los diversos gobiernos, que confían ciegamente
en los beneficios de estas actividades primario-exportadoras.
La trampa
El punto cuestionable de esta
modalidad de acumulación radica, desde una aproximación insuficiente, en la
forma en que se extraen y se aprovechan dichos recursos, así como en la manera
en que se distribuyen sus frutos. El asunto es mucho más complejo. Las sendas
del extractivismo –progresista o neoliberal– no son el problema mayor. La
dificultad radica en el extractivismo mismo, que en esencia es de origen
colonial y siempre violento, con todo lo que esto implica. Y que como tal nos
condena al subdesarrollo.
Esta realidad determina la existencia
de economías en extremo frágiles y dependientes, atadas a crisis económicas
recurrentes, al tiempo que se consolidan mentalidades “rentistas”. Todo esto
profundiza la débil y escasa institucionalidad, alienta la corrupción. Lo
expuesto se complica con las prácticas clientelares y patrimonialistas
desplegadas, vía políticas sociales que deterioran el tejido organizativo y
comunitario de la sociedad. Y todo esto, más allá de los impactos ambientales,
contribuye a frenar la construcción de democracias sólidas.
La realidad de una economía
primario-exportadora, sea de recursos petroleros, minerales y/o frutas
tropicales, por ejemplo, es decir exportadora de naturaleza, se refleja además
en un escaso interés por invertir en el mercado interno. Esto redunda en una
limitada integración del sector exportador con la producción nacional. No hay
los incentivos que permitan desarrollar y diversificar la producción interna,
vinculándola a los procesos exportadores, que a su vez deberían transformar los
recursos naturales en bienes de mayor valor agregado.
Esta situación es explicable por lo
relativamente fácil que resulta obtener ventaja de la generosa naturaleza, y
muchas veces también de una mano de obra barata.
Para cerrar el círculo es necesario
comprender que el grueso del beneficio de estas actividades extractivas va a
las economías ricas, importadoras de estos recursos, que luego sacan un
provecho mayor procesándolos y comercializándolos como productos terminados.
Mientras tanto los países exportadores de bienes primarios reciben,
normalmente, una mínima participación de la renta minera o petrolera, y son los
que cargan con el peso de los pasivos ambientales y sociales. Los primeros
importan naturaleza, los segundos la exportan. Los primeros son desarrollados,
los otros no.
A lo anterior se suma la masiva
concentración de dichas rentas en pocos grupos oligopólicos. Estos sectores y
amplios segmentos empresariales, contagiados por el rentismo, no encuentran
alicientes (tampoco los crean) para sus inversiones en la economía doméstica.
Con frecuencia sacan sus ganancias fuera del país y manejan sus negocios con
empresas afincadas en lugares conocidos como paraísos fiscales.
Así las cosas, tampoco existe
estímulo o presión para invertir los ingresos recibidos por las exportaciones
de productos primarios en las propias actividades exportadoras, pues la ventaja
comparativa radica en la generosidad de la naturaleza, antes que en el esfuerzo
innovador del ser humano. La respuesta para enfrentar una creciente demanda, o
incluso para responder a la caída de los precios de dichos recursos en el
mercado mundial, ha sido expandir la frontera extractiva provocando cada vez
más y mayores complicaciones.
Hasta cuándo se va a aceptar que
todos los países productores de bienes primarios similares, que son muchos,
puedan crecer esperando que la demanda internacional sea sostenida y permanente
para garantizar ese crecimiento. No nos olvidemos de que este tipo de economía
extractivista, con una elevada demanda de capital y tecnología, funciona con
una lógica de enclave, es decir sin una propuesta integradora de esas
actividades primario-exportadoras al resto de la economía y de la sociedad. Así
el aparato productivo queda sujeto a las vicisitudes del mercado mundial. En
especial queda vulnerable a la competencia de otros países en similares
condiciones, que buscan sostener sus ingresos sin preocuparse mayormente por un
manejo más adecuado de los precios. Y esos extractivismos, adicionalmente,
frenan los procesos de integración regional.
En este escenario hay que reconocer
que el real control de las exportaciones nacionales está en manos de los países
centrales, aun cuando no siempre se registren importantes inversiones
extranjeras en las actividades extractivistas. Muchas empresas estatales de las
economías primario-exportadoras (con la anuencia de sus respectivos gobiernos,
por cierto) parecerían programadas para reaccionar exclusivamente ante impulsos
foráneos. Por otro lado, hay países, como China en la actualidad, que entregan
cuantiosos créditos asegurándose el repago directa o indirectamente con
recursos naturales. En síntesis, la lógica de la extracción de recursos
naturales, motivada por la demanda externa, caracteriza la evolución de estas
economías primario-exportadoras.
Debido a estas condiciones y a las
características tecnológicas de las actividades petrolera o minera, e incluso
del agronegocio intensivo, no hay una masiva generación directa de empleo.
Adicionalmente, las comunidades en cuyos territorios o vecindades se realizan
estas actividades extractivistas han sufrido y sufren los efectos de una serie
de dificultades socioambientales derivadas de este tipo de explotaciones.
La miseria de grandes masas de la
población parecería ser, por tanto, consustancial a la presencia de ingentes
cantidades de recursos naturales (con alta renta diferencial). Esta modalidad
de acumulación no requiere del mercado interno, incluso funciona con salarios
decrecientes. No hay la presión social que obliga a reinvertir en mejoras de la
productividad. Estas actividades extractivas impiden, con frecuencia, el
despliegue de planes de desarrollo local adecuados.
Como es evidente, todo ello ha
contribuido a debilitar la gobernabilidad democrática, en tanto termina por
establecer o facilitar la permanencia de gobiernos y de empresas autoritarias,
voraces y clientelares.
Por todas estas razones rápidamente
descritas, estas economías primario-exportadoras no han logrado superar la
“trampa de la pobreza”. Esta es la gran paradoja: hay países que son ricos en
recursos naturales, que incluso pueden tener importantes ingresos financieros,
pero que no consiguen establecer las bases para su desarrollo y siguen siendo
pobres. 3
Sí, se puede superar
Frente a la omnipresencia de los extractivismos
asoman con frecuencia los reclamos por alternativas. Éstas existen. Eso sí, la
vía de salida no pasa por forzar más esta modalidad de acumulación
primario-exportadora. Tampoco se logrará suspendiendo repentinamente todas las
actividades extractivistas.
Igualmente hay que tener claro que la
eliminación de la pobreza no se consigue solamente con inversión social y obra
pública, y/o con una mejor distribución del ingreso. Si se quisiera erradicar
la pobreza habría que dar paso a una sustantiva redistribución de la riqueza.4
Pero el meollo radica en no seguir
extendiendo y profundizando un modelo económico extractivista, es decir
primario-exportador. Ese esquema no ha sido la senda para salir de la pobreza
de ningún país. (5) El escape de una economía extractivista, que tendrá que
arrastrar por un tiempo algunas actividades de este tipo, debe considerar un
punto clave: el decrecimiento planificado del extractivismo. Por lo tanto,
plantearse como opción más extractivismos para superar el extractivismo es una
falacia.
En línea con lo dicho hay que
potenciar actividades sustentables, así como aquellas que den paso a la
manufactura de las materias primas dentro de cada país, pero sin caer en la
lógica del productivismo y el consumismo alentada por las demandas de
acumulación del capital. Por igual se requiere otro tipo de participación en el
mercado mundial, construyendo bases de una integración regional más
autocentrada. Pero sobre todo no se debe deteriorar más la naturaleza ni
aumentar las brechas sociales. El éxito de este tipo de estrategias para
procesar una transición social, económica, cultural, ecológica, dependerá de su
coherencia y, particularmente, del grado de comprensión y respaldo social que
tenga.
Por lo tanto, para lograrlo se
precisa definir, con una amplia y verdadera participación popular, una
conveniente estrategia que permita enfrentar este tipo de actividades que ponen
en riesgo la biodiversidad e incluso la convivencia social. El primer paso,
entonces, pasa por fortalecer a las comunidades que actualmente resisten al
extractivismo.
Por igual urge abordar con
responsabilidad el tema del crecimiento. Así, resulta por lo menos oportuno
diferenciar, dependiendo de sus respectivas historias sociales y ambientales,
lo que es el crecimiento “bueno” del crecimiento “malo” (por ejemplo el
crecimiento económico de los países petroleros no les ha conducido al
desarrollo, pueden ser muy ricos, pero no desarrollados). Hemos entendido que
el crecimiento económico no es sinónimo de desarrollo, y éste, por lo demás, se
ha demostrado como un fantasma inalcanzable. Aunque pueda sorprender a algunas
personas, los países que se consideran desarrollados son maldesarrollados; por
ejemplo viven mucho más allá de sus capacidades ecológicas y no han logrado resolver
la inequidad social. (6)
Este reto no lo vamos a resolver de
la noche a la mañana. Hay que dar paso a transiciones a partir de miles y miles
de prácticas alternativas existentes en todo el planeta, orientadas por
horizontes que propugnan una vida en armonía entre los seres humanos y con la
naturaleza. Eso nos conmina a transitar hacia una nueva civilización: pasar del
antropocentrismo al biocentrismo es el reto. Esta nueva civilización no surgirá
de manera espontánea. Se trata de una construcción y reconstrucción paciente y
decidida, que empieza por desmontar varios fetiches y propiciar cambios
radicales, a partir de experiencias existentes.
Este es el punto. Contamos con
valores, experiencias y prácticas civilizatorias alternativas, como las que
ofrece el buen vivir o sumak kawsay o suma qamaña de las comunidades indígenas
andinas y amazónicas. Y hay otras muchas aproximaciones a pensamientos
filosóficos de alguna manera emparentados con la búsqueda del buen vivir en
diversas partes del planeta. El buen vivir, en tanto cultura de la vida, con
diversos nombres y variedades, ha sido conocido y practicado en distintos
períodos en las diferentes regiones de la madre tierra, como podría ser el
Ubuntu en África o el Swaraj en India. Aunque mejor sería hablar en plural de
buenos convivires, para no abrir la puerta a un buen vivir único, homogéneo,
imposible de construir, por lo demás.
Nos toca hacer un mundo donde quepan
otros mundos, sin que ninguno de ellos sea víctima de la marginación y la
explotación, y donde los seres humanos vivamos en armonía con la naturaleza.
* Economista ecuatoriano. Profesor e
investigador de la Flacso-Ecuador. Ex ministro de Energía y Minas. Ex
presidente de la Asamblea Constituyente. Ex candidato a la presidencia de la
república.
Notas
1. Para intentar una definición
comprensible utilizaremos el término de extractivismo propuesto por Eduardo
Gudynas, cuando se refiere a aquellas actividades que remueven grandes
volúmenes de recursos naturales que no son procesados (o que lo son
limitadamente), sobre todo para la exportación en función de la demanda de los
países centrales.
2. Poco importa, por ejemplo, que en
Ecuador constitucionalmente la naturaleza sea sujeto de derechos.
3. Jürgen Schuldt, en varios de sus
valiosos aportes, propone esta disyuntiva para invitar a la reflexión, como
punto de partida para construir alternativas.
4. Por ejemplo, en Ecuador, si se
incrementara la carga tributaria del 10 por ciento más rico de la población en
3,5 por ciento y se destinaran esos recursos para atender a los segmentos más
necesitados, se eliminaría la pobreza. Resolver el tema de los subsidios de los
combustibles, que benefician a los más ricos y no a los pobres, sería otra
fuente de financiamiento. Una renegociación de los contratos con las empresas
telefónicas aportaría mucho; ¡considérese que estas empresas han llegado a
tener utilidades anuales del 38,5 por ciento sobre el patrimonio neto! Y así
por el estilo.
5. Noruega no es la excepción que
confirma la regla. En este caso la extracción de petróleo empezó y se expandió
cuando ya existían sólidas instituciones económicas y políticas democráticas e
institucionalizadas, con una sociedad sin inequidades comparables a las de los
países petroleros o mineros, es decir cuando el país escandinavo ya podía ser
considerado como desarrollado.
6. En Alemania, en 2008, el 10 por
ciento más rico de su población poseía el 53 por ciento de los activos,
mientras que la mitad de la población era propietaria de un 1 por ciento de los
activos; una situación que, lejos de haber mejorado, debe de haberse empeorado
(Der Spiegel, 19-2014).
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