ECOCIDIO - Crónica de un desastre anunciado

Posted by Socialismo Revolucionario on domingo, octubre 11, 2015

Franz J. Broswimmer, Ecocidio. Breve historia de la extinción en masa de las especies. Editorial Laetoli, Pamplona, 2005, 318 páginas.

Crónica de un desastre anunciado

Salvador López Arnal


Ecocidio

                                                                                                                        
 Esta reseña se publicó en El Viejo Topo, junio 2006.
 
 
            Antes de la aparición de los seres humanos, la extinción anual de especies giraba en torno a una por millón (0,0001%); en la actualidad es de una por cada mil especies: 0,1%, 1.000 veces más que los niveles prehumanos. El homo sapiens lleva existiendo poco más de 130.000 años, pero harían falta entre 10 y 25 millones de años para que el proceso natural rectificara la devastación de la biodiversidad terrestre desencadena por las sociedades humanas, especialmente por las generaciones más recientes. Recordemos que hace apenas dos siglos miles de millones de palomas migratorias poblaban el paisaje de Estados Unidos, que 60 millones de bisontes vivían en las llanuras norteamericanas, que entre 30 y 50 millones de tortugas marinas gigantes vivían en el mar del Caribe, que hace sólo 100 años el oso blanco -nuestro oso “polar”- poblaba los bosques de Nueva Inglaterra, etc.
            Se entenderá entonces la forma en que Franz J. Broswimmer define la categoría que da título a su ensayo. Ecocidio es el conjunto de acciones realizadas con la finalidad de perturbar o destruir, total o parcialmente, un ecosistema humano. Comprende, entre otros ejemplos, el uso de armas de destrucción masiva (nucleares, químicas o bacteriológicas); el intento de provocar desastres naturales (terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones); la utilización militar de defoliantes (Vietnam); el uso de bombas para alterar la calidad de los suelos o aumentar el riesgo de enfermedades, o la expulsión a gran escala, por la fuerza y de forma permanente, de seres humanos o animales de su lugar natural.
            La noción describe los destructores modelos productivos contemporáneos que conllevan la degradación medioambiental global hasta límites impensables hace pocas décadas (“sólo en los últimos 50 años, las acciones humanas han introducido en la diversidad de vida del planeta cambios mayores que los ocurridos en cualquier otra época de la historia”), y la extinción antropogénica en masa de las especies. No sabemos el número exacto de especies que pueblan la Tierra (se han catalogado 1.700.000 de un total que varía, según autores, entre 5 y 30 millones) pero sí sabemos que diariamente desaparecen más de 100: entre 2000 y 2002 la lista de especies animales amenazadas pasó de 10.000 a 16.000; contando las plantas, existen actualmente 76.000 especies amenazadas, tantas como las especies vivas que podemos considerar bien conocidas. La situación, sin alarmismo alguno, no parece que vaya a corregirse fácilmente: recordemos el reciente fracaso en la cumbre de Curitiba (Brasil), de la 8ª conferencia sobre la Convención de la ONU para la Diversidad ecológica y su intento de conseguir un acuerdo mundial que frene esta pérdida masiva de biodiversidad y los intereses contrapuestos en juego: los países del sur, tiene la mayoría de las especies, y los países industrializados, después de disminuir netamente su riqueza ambiental por un desarrollismo alocado, efecto necesario se dice de una supuesta modernidad, buscan ahora formas de explotar la diversidad aún no alterada de los demás territorios (Con anexos incluidos no despreciables: por ejemplo, y tal como ha denunciado Vandana Shiva, con la intención de imponer “las semillas asesinas” de las industrias de las biotecnologías, la llamada tecnología Terminator).     
            El asunto no es baladí. Como argumenta cuidadosamente Broswimmer, los seres humanos dependemos de la biodiversidad; su degradación nos acabará por dañar irremediablemente. A escala planetaria, el 40% de las recetas médicas que se prescriben proceden de diversas especies o se sintetizan a partir de ellas: “hay más de 3 millones de norteamericanos con cardiopatías cuyas vidas durarían menos de 72 horas de no ser por la digitalina, una sustancia derivada de la dedalera” (p. 33). Además, no es poco lo que nos queda por saber: el Instituto Americano de Investigación del Cáncer ha identificado más de 3.000 plantas que contienen ingredientes activos contra la enfermedad, el 70% de las cuales tienen su origen en los trópicos terrestres.
            En sus conclusiones, Broswimmer señala el tipo de mundo que estamos construyendo: un mundo global caracterizado no por un progreso real sino por el real retroceso en las normas de civilidad y en los principios que rigen las interacciones entre la naturaleza y la sociedad. Un mundo en que la libertad real de los ciudadanos para elegir qué tipo de vida quieren seguir, qué tipo de alimento quieren cultivar, qué tipo de alimentación desean seguir, no cuenta nada, absolutamente nada, frente al poder de las grandes corporaciones. El autor recuerda el sufrimiento causado en las últimas décadas “por los desastres naturales”, claro indicio que lo que va a significar vivir en un mundo en colapso ecológico. Los humanos acaparamos ya un 40% de la producción primaria terrestre para nuestro propio uso egoísta (p. 173). Sus efectos: coste en pérdida de hábitats naturales, reducción de la viabilidad ecológica, extinción de más especies. De ahí las palabras de Canetti que el autor hace suyas: la supervivencia del planeta se ha hecho tan incierta que cualquier teoría, cualquier cosmovisión que dé el futuro por seguro es una apuesta inaceptable. ¿Dónde estamos pues? En un punto entre un pasado industrial destructivo sin parangón y un futuro incierto que ofrece, a nuestro alcance y a nuestras nuevas formas de actividad, tanto “el espectro de la aniquilación como la promesa de la democracia ecológica” (p. 177). O, si se prefiere, por seguir con la disyuntiva luxemburguista: democracia ecosocialista o barbarie. El monstruo está llamando a nuestras puertas y no con toques suaves.
            A destacar, sin duda, el magnífico glosario que el autor ha incluido en su ensayo (pp. 179-198), el enfoque didáctico y formativo presente en todas sus páginas y las excelentes, útiles y documentadas tablas que Broswimmer ha situado al final de Ecocidio (199-239). Repárese, por ejemplo, para construir un rápido mapa de nuestro mundo en las tabla 30 -”Efectos sociales de la globalización”- y 31 -”¿Quién domina el mundo?”.  
            No sé si, como señala Charles Secrett, director de los Amigos de la Tierra, este es un libro de lectura obligada para los políticos y “grandes empresarios de todo el mundo”, algunos de cuales conocen perfectamente las coordenadas básicas de la situación, pero sí es cierto que Ecocidio cuenta magistralmente la historia nada armoniosa de la humanidad y la naturaleza, y ofrece una visión nada complaciente de los devastadores efectos de la actividades humanas sobre nuestro planeta: al comenzar el siglo XXI es ya evidente, tiene, tendría que ser evidente para todos, que por primera vez desde la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años, se están produciendo cambios de enorme trascendencia ecológica; que desde 1970 los bosques del mundo se han reducido a la mitad; que ha desaparecido una cuarta parte de los recursos pesqueros del mundo. No es un dato propagandístico que el 70% de los biólogos consideren que la Tierra se encuentra sumida en la extinción en masa de especies más rápida de los 4.500 millones de años de la historia del planeta.
            En la portada de Ecocidio se recoge una consideración de Vandana Shiva: “Un libro esencial para todo el que se preocupa por el futuro de la humanidad”. Puede sonar a eslogan publicitario pero, sin duda, es una afirmación veraz.