EL SUEÑO DE UN CAPITALISMO BENEVOLO*
Eduardo Gudynas**
En América del Sur se está consolidando una coincidencia notable: todos los gobiernos
defienden un tipo de capitalismo que consideran que puede ser benévolo.
Esto no debería sorprender entre los gobiernos conservadores. Pero la nueva izquierda
no sólo insiste en ese mismo modelo, sino que considera que lo hace mucho mejor, ya
que el Estado es un activo participante.
Dicho de otro modo: más allá de la retórica anticapitalista de algunos, o las
celebraciones del crecimiento comercial en otros, en los hechos la izquierda gobernante
sudamericana mantiene, y reproduce, un tipo de capitalismo, abandonando toda
práctica concreta de ruptura.
En efecto, estos gobiernos buscan crecimiento económico por medio de la exportación
de materias primas, aprovechando su alto precio. También buscan atraer inversiones, y
aprovechan los fondos disponibles que hoy se alejan de la especulación financiera,
buscando puertos más seguros. Los nuevos destinos preferidos son minerales,
hidrocarburos, tierras, o emprendimientos agroalimentarios.
Las justificaciones son distintas en cada caso. Los gobiernos conservadores asumen que
esa asociación exportaciones-inversiones, generará suficiente crecimiento económico
como para mejorar las condiciones de vida de la población a medida que se difunde en
los mercados internos. El derrame sería el medio privilegiado, y bastaría dejar hacer al
mercado su trabajo.
Pero los gobiernos progresistas entienden, en general, que el mercado no asegura esos
beneficios, y que el Estado debe intervenir. El nuevo progresismo no es una nueva
manifestación conservadora o neoliberal, y es importante no caer en esas confusiones.
En realidad, estos gobiernos son de una izquierda que entiende que el Estado debe
intervenir más activamente, que reconoce la relevancia de atacar la pobreza, pero que
vuelve a caer en la dinámica capitalista. Las tentaciones del crecimiento económico y el
alto precio de las exportaciones los terminan atrapando.
En unos casos, el Estado asume directamente esas exportaciones (Venezuela), en otros
impone tributos y regalías sustanciosos (hidrocarburos en Bolivia y Ecuador, o granos
en Argentina), o si los impuestos son moderados, pasan a aumentar todavía más los
volúmenes exportados para captar más dinero (Brasil, Paraguay y Uruguay).
La izquierda reconoce que ese capitalismo globalizado tiene impactos económicos, y a
veces también reconoce sus efectos ambientales. Pero estima que los puede reducir,
limar o amortiguar. Se dice a sí misma que es una izquierda pragmática, y cree que
puede convertir al capitalismo en benévolo.
Para ello, parte de la riqueza captada en esos circuitos de exportación e inversión, es
volcada en programas sociales y reducción de la pobreza; mucho de ellos son pagos
mensuales en dinero. Ese es uno de los principales mecanismos de generación y
legitimación de esta nueva forma de capitalismo criollo: el Estado ejerce una mezcla de
caridad y compasión.
Sin dudas los programas contra la pobreza fueron muy importantes para salir de la
debacle neoliberal. Pero ahora enfrentamos nuevas tensiones, que en general los
gobiernos ocultan o niegan, pero deben ser admitidas.
Por ejemplo, tenemos Estados que se lanzan a incentivar todavía más el extractivismo,
justificándolo como una necesidad para financiar la lucha contra la pobreza. Otros no
entienden que la problemática de la justicia social no puede reducirse a los pagos
mensuales a pobres e indigentes. Y hay casos, donde los presidentes despliegan
acciones que son más parecidas a la caridad cristiana, que a una política de Estado.
Posiblemente los casos de Lula da Silva en Brasil, y Rafael Correa en Ecuador, sean los
dos ejemplos más llamativos de esa postura, muy propia de la vieja economía social de
mercado católica.
Esas posturas pueden ser entendibles en momentos de emergencia, pero el contexto
actual requiere dar otros pasos. En lugar de aprovechar las mejoras logradas para
adentrarse en cambio más sustanciales, tales como pasar del debate sobre el monto de
las compensaciones mensuales a uno más extendido sobre la justicia, los gobiernos de
izquierda aparecen estancados. El pragmatismo los ata a los ciclos exportadores, una
vez más.
Es así que estos gobiernos se adentran más y más en el sueño de ese capitalismo, que
ellos esperan que pueda ser benévolo. Es evidente que tal benevolencia es imposible.
Es un sueño. Pero de todos modos están quedando atrapados entre los altos precios de
las materias primas, y la necesidad de mantener esas compensaciones económicas a los
más pobres … y esa es una de las pocas cosas que les están quedando para seguir
definiéndose como izquierda.
*Una versión resumida de este texto se publicó en la columna del autor en La Primera, Lima
(Perú), el 11 de enero 2012 (ver aquí….). Un examen de algunos otros componentes de la idea
de “capitalismo benévolo” aparecen en un artículo en la revista de FLACSO Quito, Iconos,
aquí…
**E. Gudynas es investigador principal en CLAES (Montevideo).
http://lalineadefuego.info/2012/01/12/1858/
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