Chile - Lo que la sequía se llevó

Posted by Socialismo Revolucionario on lunes, febrero 24, 2014

Tras años de exiguas precipitaciones, recorrimos los pueblos más golpeados por la sequía que afecta a gran parte de Chile. Camiones aljibe, a los que la gente espera con veneración; suministro limitado de agua potable, que impide lavar; ríos secos que arruinan a los agricultores, son parte del polvoriento paisaje de un país que se reseca. Un problema que, en distinta escala, terminará afectando a todos.

La Tercera por Ricardo Acevedo / Fernanda Derosas - 22/02/2014












Es verano y, como muchos niños en esta época del año, Ian (14) y Nacho (11) juegan en la piscina pública de Hierro Viejo, en Petorca, a un costado del principal acceso que lleva a la plaza de esta comuna rural de la V Región. Están sentados en el borde, pero no mojando sus pies como era costumbre hace cinco años, cuando probaban el agua antes de tirarse un piquero. En un ritual, el primero en lanzarse quedaba como el más valiente. “Estábamos chicos. Fue el último año que vimos la piscina llena”, dice Ian, mientras lanza una pequeña piedra que rebota contra el fondo seco de la estructura de cemento vacía.
Ubicada a 136 km de Santiago, Petorca no sólo es la comuna más grande de la Región de Valparaíso, también es una de las más afectadas por la falta de precipitaciones y con mayor desempleo. Una cosa contribuye a la otra, dicen los habitantes de esta localidad, que de un tiempo a esta parte se está quedando sin hombres durante el día: han debido dejar sus campos, hoy secos y grises, para trabajar fuera del pueblo en actividades como la minería. Una situación que se repite en comunas desde Coquimbo hasta la Región del Maule, las más golpeadas tras siete años con una sequía rebelde que se resiste a abandonarnos.
No sólo la pequeña agricultura encuentra dificultades para sobrevivir debido a la escasez de recursos hídricos, sino que la vida diaria de miles de personas está cambiando. Han tenido que acostumbrarse a vivir con el agua racionada, con sus baldes en la mano esperando la llegada de camiones aljibe y, en sus casas, tienen que vivir haciendo el quite a los enormes recipientes que necesitan para almacenar el siempre escaso líquido que reciben. Una ducha larga, o hasta usar la lavadora, son lujos que ya nadie puede darse en las áreas más afectadas.
Hablamos de un problema cuyo fondo es atribuido, al menos parcialmente, al cambio climático global. Datos de la Dirección Meteorológica de Chile señalan que, como promedio, se registran 10 días menos de lluvia que hace 100 años, a lo que se suman fenómenos como el de la desertificación. Un estudio encargado por el Ministerio del Medio Ambiente al Centro de Agricultura y Medio Ambiente de la Universidad de Chile, señala que hacia 2050 las precipitaciones disminuirán hasta en 180 mm en algunas regiones del país, en tanto que los bordes del desierto podrían extenderse en un promedio de 50 kilómetros.
Pero más allá de estas tendencias y proyecciones climáticas, que se realizan usando modelos computacionales, en lo inmediato la mayor o menor pluviosidad depende de los llamados fenómenos de El Niño (año lluvioso) y La Niña (año seco), ambos determinados por la temperatura superficial del océano que incide en la circulación atmosférica y, en consecuencia, en las lluvias. Claudia Villarroel, especialista de la Dirección Meteorológica de Chile, explica que si bien nos encontramos en un año neutro, en los últimos siete años ambos fenómenos han influido muy poco en el régimen de lluvias. “La sequía no ha tenido relación con estos ciclos, vemos que se está desacoplando. Tiene que ser un Niño muy fuerte para que tengamos impacto en la precipitación en Chile”, dice la especialista.
Villarroel apunta más bien a la llamada “variabilidad decadal”. Un ejemplo es lo que pasó en la década de los 80, con muchos años lluviosos que coincidieron con períodos de El Niño. En contraste, desde la década de 2000 se registran Niños débiles y Niñas más fuertes. “Puede ser que estemos dentro de una década seca y que luego esto se revierta, pero no existe certeza”, afirma. Lo concreto es que para los próximos tres meses el pronóstico de la Dirección Meteorológica indica que se mantiene la sequía.
Francisco Fernández, pequeño agricultor de La Ligua, dice que en el campo están viendo la peor cara de este fenómeno. “En la ciudad reclaman porque se rompe una matriz y están dos días sin agua, imagínese nosotros que llevamos dos años así”, comenta mientras apunta a su campo seco. De los paltos que tenía (llegaba a producir 25 mil kilos anuales), solo quedan columnas de troncos en hilera, cortados en la base, que son pintados de blanco para que no se quemen con el sol: es la única esperanza para que algún día puedan volver a brotar. Parecen grandes cementerios de árboles. Recorrimos La Ligua, Cabildo, La Higuera, Petorca y la escena se repite, campo tras campo, hectárea tras hectárea. Los pequeños agricultores han perdido todo.
Mientras nos conduce hasta su casa, llena de recipientes y tiestos para almacenar agua, Francisco cuenta que para pagar sus deudas tuvo que entrar a trabajar como guardia de seguridad en Zapallar. “Tenemos agua sólo dos horas durante la mañana. Para beber hay que comprarla, porque ésta que recibimos no se puede tomar”, explica. Algo tan simple como ocupar la lavadora o tomar una ducha larga son lujos que ni él ni sus vecinos pueden permitirse hoy. “Si quiere bañarse en la noche tiene que ocupar un baldecito y lavarse por partes”, dice.
En la vecina localidad de Cabildo, la administradora de un fundo de 40 hectáreas que comercializaba paltas, Nevenka Gutiérrez, muestra con tristeza cómo un camión retira los restos de los paltos que serán vendidos como leña. El dueño de casa no está. En muchos campos ya no quedan hombres durante el día, ya que deben salir a trabajar a otras comunas para poder alimentar a sus familias. El camino hacia Petorca es deprimente. Atravesamos los ríos Ligua y Petorca completamente secos, como mudos testigos del drama hídrico de la zona.
Nos acompaña el ingeniero agrónomo Rodrigo Mundaca, activista que lidera la organización Modatima, que busca defender la poca agua que queda disponible en las napas subterráneas de la comuna: también se han agotado debido a la intensa actividad de las grandes empresas agrícolas que llegaron a instalarse para cultivar palta en la década de los 90. “En el año 97 se declaró agotada la cuenca del río Petorca y, en 2004, la del río Ligua”, explica Mundaca, dando a entender que el problema se remonta más allá de la actual sequía.
Llegamos hasta la oficina del alcalde de Petorca, Gustavo Valdebenito, donde una larga fila de vecinos, principalmente mujeres, se agolpan para pedir ayuda por problemas que en su mayoría se relacionan con la falta de agua. “El vital elemento acá no existe, señor. Hace tres años que no hay agua superficial, no corre una gota en las acequias, menos en el río”, dice categórico. Tomates, choclos, porotos verdes, todo lo que producían los pequeños agricultores desapareció, de manera que los otrora hombres de campo han tenido que buscar trabajo en otros lugares. “Tenemos una cesantía de 20%, la mayor de Chile. Petorca está muriendo”, sentencia lapidario.
Valdebenito ha llegado varias veces hasta La Moneda para exponer el problema de su comuna. Incluso no dudó en salir a cortar la carretera junto a un grupo de vecinos a comienzos de enero pasado para llamar la atención sobre el drama de su comuna, pero terminaron todos detenidos en un calabozo. Cuenta que en una de las visitas a la casa de gobierno, llevó el documento que en 1925 decretaba la construcción del embalse de Petorca para mostrarlo a las autoridades. “Primero me dijeron que en 2010 ponían la primera piedra. Luego en 2012. Ahora dicen que sería entre 2016 y 2020”.
Según explica el ingeniero civil y doctor en Ciencias de la Atmósfera, José Vergara, la escasez de embalses es uno de los problemas que dificulta enfrentar sequías en Chile. “No tenemos capacidad de embalse. Puedes tener un año muy lluvioso, pero si no puedes retenerla, se va por el río”, afirma. La historia de Chile ha estado plagada de años secos y muy lluviosos, agrega. “La vegetación se ajusta al clima. Por eso, áreas como estas tienen mucho cactus, que se adapta bien a esta diferencia, pero un palto requiere mucho más lluvia”, explica.
En efecto, el problema ya era abordado por Benjamín Vicuña Mackenna hace casi 140 años. Vicuña Mackenna no sólo fue el primer intendente de Santiago, también era meteorólogo y en 1877 publicaba El Clima de Chile. Allí relata, por ejemplo, la preocupación de los habitantes de La Serena que no entendían por qué “el desierto avanza”. “Desde esa época, no hemos sido capaces de manejar la variabilidad climática, colocamos cultivos que no son adecuados para la zona, en áreas que no son propicias. Y después viene un período seco largo o sin lluvias lo suficientemente abundantes para ciertos cultivos y ahí estamos efectivamente en problemas”, dice Vergara.
Seguimos recorriendo las áreas con escasez de lluvia y más al norte la emergencia se repite. Llegamos a Combarbalá, en la IV Región, donde los habitantes no dudan en señalar que esta es la sequía más importante que les ha tocado vivir, al punto que muchos se cuestionan si seguir viviendo en la zona. Así lo comprueba también el estudio Gestión del riesgo de Sequía y otros eventos climáticos extremos en Chile, de la FAO, que analiza el problema en la Región de Coquimbo. El análisis confirma lo que reclaman pequeños agricultores en La Ligua y Petorca: gran parte del problema se debe a que, mientras disminuyen las precipitaciones y el fenómeno de la desertificación avanza, aumenta la demanda hídrica para satisfacer la gran producción agrícola.
La ausencia de agua se puede apreciar a simple vista al transitar por el pueblo del Combarbalá. No sólo el litre, uno de los árboles característicos en el área, se observa seco a medida que recorremos carreteras y calles, sino que las escuelas ya no tienen áreas verdes. “Cuando era chica había girasoles, plantábamos nosotros mismos y teníamos todo el patio verde, pero como ya no hay agua dejaron secar todo. Me da pena ver mi colegio sin plantas”, dice Crisna Maluenda (11), alumna del Colegio Orrego Luco de Combarbalá.
El papá de Crisna, Lino Maluenda, tiene un campo de 17 hectáreas en la zona de Matancillas que este año no dió ningún fruto. Sólo las dos casas que tiene sobresalen con un telón de fondo seco, casi fantasmal. Mientras sostiene una rama de olivo muerta en sus manos, cuenta que reciben 500 litros de agua por casa para ocho días, los que deben repartir entre el baño, aseo personal y la cocina. “No alcanzo a llegar al octavo día, los camiones deberían pasar al día quinto. El agua se empieza a terminar y uno se desespera”, dice Lino. Cuando esto ocurre, tanto él como sus vecinos no tienen otra opción que ir a buscar agua al centro de la ciudad, donde aún se mantiene el suministro.
Combarbalá tiene la mayor cantidad de camiones aljibe de la Región de Coquimbo, llegando a un total de siete camiones que entregan 7 mil litros de agua para 5.800 personas, vale decir, el 45% de la población total de la comuna (13 mil habitantes). Hay 79 puntos de distribución en el área. “Tenemos el porcentaje más alto de habitantes que recibe agua de camiones aljibe respecto a la población total de toda la región de Coquimbo”, dice el alcalde de Combarbalá, Pedro Castillo.
A unos 45 kilómetros, en la localidad de Manquehua, a poco andar llama la atención que no se ven mujeres sin el pelo tomado. No es por el calor, ni menos por estética. Mabel Monardes cuenta que es una cosa práctica, ya que lavarse el pelo diariamente es imposible con la poca agua que reciben. “Yo por ejemplo, me lavo el pelo con la misma agua que antes usaron mis dos hijas, no queda más opción”, relata. Las casas en esta zona funcionan con un sistema de copas con capacidad para 200 litros que la municipalidad entregó a los habitantes y los pobladores instalan en las cocinas. “A veces el agua potable, que nos llega por cañería tres veces por semana, no dura una hora”, reclaman.
La situación difiere poco en el resto de las áreas que han sido declaradas en emergencia agrícola por el Ministerio de Agricultura en la Zona Central, esto es, desde Coquimbo hasta la Región del Maule. Paine, la comuna famosa por su producción de sandías, es otra de las más golpeadas, en especial el sector de Aculeo, donde vive Rubén González. Llegamos hasta su campo de tres hectáreas y el panorama es triste, desolador: hay mucha sandía, pero todas están secas, con un color parecido al del melón tuna. “Yo tengo un canal que llegaba del río Angostura, nunca se me había secado, ahora no corre ninguna gota”, lamenta Rubén.
Durante sus 15 años como agricultor jamás vivió un problema como este. Explica que esto comenzó a agudizarse a partir de la helada de septiembre de 2013: en menos de un año, pasó de 19 mil sandías jugosas a siete mil sandías secas. “Las están vendiendo hasta por 5 mil pesos. Yo las vendía a 800 pesos cada una”, dice el agricultor cuyos ojos se llenan de lágrimas mientras muestra una de sus sandías secas.
Pero más al sur, en la Región del Biobío, la sequía también se ha hecho notar. Este año, de acuerdo con cifras de la Dirección General de Aguas del Ministerio de Obras Públicas, el río que nutre a la caída de agua de más de 50 metros del conocido río Salto del Laja presenta el menor nivel de los últimos cuatro años (11,7 metros cúbicos por segundo). Gastón Rodríguez dueño del complejo Los Manantiales, ubicado en la Ruta 5 Sur, lleva 28 años en el lugar y dice que la clásica foto familiar, con una gran cascada atrás, ahora es sólo parte del recuerdo. “Los turistas que llegan por primera vez a este sector se van con decepción y desencanto” cuenta.
Por su parte, en la Región del Maule, la Intendencia pidió al Ministerio de Obras Públicas decretar inicialmente Zona de Escasez Hídrica en comunas como Rauco, Hualañé, Licantén, Curepto, Sagrada Familia, Pencahue, Constitución, Empedrado, San Javier, Cauquenes, Chanco y Pelluhue. El alcalde de Rauco, Enrique Olivares Farías, cuenta que ya van 180 hectáreas perdidas por la sequía.
A nivel general y, en lo inmediato, los datos de la Dirección Meteorológica son claros: el déficit de lluvia acumulado a la fecha es cercano al 42%, el cual se irá acrecentando hacia el término del verano. Ríos y esteros disminuyen su caudal hasta en 50% ante este escenario, lo que obligará a tomar nuevas medidas de emergencia para satisfacer las necesidades de la población más afectada.
Pero la gente no pierda las esperanzas en que sea la propia naturaleza la que revierta esta situación. En combarbalá llegaron a crear el “Festival por el cielo y el agua”, que cada segunda semana de enero reúne a artistas y vecinos en una suerte de “danza colectiva” para atraer a la lluvia. Pero este año ocurrió algo inesperado. Justo cuando el reloj marcaba las 21:12 horas y uno de los grupos salía al escenario, comenzó a precipitar y la lluvia se prolongó por 12 minutos. El guardia de la municipalidad avanzó hacia la multitud con los brazos abiertos, mientras la gente lo imitaba gritando “es un milagro”.
Hacia el futuro las investigaciones indican que tendremos que adpatarnos a vivir en un país con menos lluvias. No sólo muchos paisajes se modificarán debido a la menor disponibilidad de agua y el avance de zonas áridas, sino que se prevé que muchos de los cultivos tradicionales de la zona central tendrán que desplazarse hacia el sur. Igual cosa sucederá con la disponibilidad de agua en las napas subterráneas: como precipitará menos, pero con mayor intensidad, la capacidad de retención será menor.
Clave será saber aprovechar el agua disponible a partir de otros fenómenos, como el derretimiento de glaciares. Una de las ideas que se proponen para contrarrestar este fenómeno es la construcción de grandes embalses a partir del agua proveniente del deshielo, una suerte de “reemplazo” de la función que hasta ahora cumplen los glaciares que desaparecen. La idea es que estos embalses puedan ir liberando agua de forma paulatina en los meses secos, ayudando a conservar saludables cuencas de los ríos y manteniendo las reservas de aguas.
Como la demanda de energía aumentará, y también su precio, el uso de fuentes de energía renovables no convencionales también será fundamental. En este sentido, Chile ya se ha propuesto como meta que el 20% de toda su matriz provenga de esta clase de fuentes hacia 2020.