El Tren
Mario R.
Fernández, Canada.
Hace muchos
años que no viajaba en tren y este sería un viaje largo cruzando Canadá en
diciembre. Mi viaje partió de Halifax, la
principal ciudad del atlántico canadiense y mi destino era Edmonton, en las
lejanas praderas del oeste, un trayecto dividido en tres tramos, el primero de
Halifax a Montreal, el segundo desde allí a Toronto y luego desde Toronto a mi
destino en Edmonton. El recorrido total sería de más de 5.000 kilómetros,
recorridos en cuatro días con sus noches; un viaje para no olvidar. Sin duda el tramo más largo de mi viaje sería
entre Toronto y Edmonton, y lo recorrería en el famoso tren “El Canadiense” que
recorre más de 4.400 kilómetros hasta llegar a su destino, la ciudad de
Vancouver en el Pacífico.
No podía
saberlo al comenzar mi viaje pero los paisajes más hermosos que vería habrían
de ser los de Nueva Escocia, la provincia donde he vivido los últimos años. Partir de Halifax, a orillas del
Atlántico, sin llegar a Vancouver, a orillas del Pacífico, limita sin duda mi
percepción, deja afuera a toda la Columbia Británica una provincia que sin duda
cuenta con paisajes maravillosos. La llegada a Montreal es impresionante, como lo es la llegada a
Toronto –donde la estación del tren, Union Station, cuenta con un edificio opulento
y sólido, con columnas robustas en su exterior que muestran sin duda la importancia que ha tenido el ferrocarril de
pasajeros durante el siglo 20 en Canadá. Hoy en día la Union Station sirve a más de
200.000 personas diariamente, en especial en el recorrido Toronto-Montreal y a sus trenes metropolitanos. La compañía que
ofrece estos servicios de transporte de pasajeros, Via Rail, es aún, y
milagrosamente, una corporación estatal.
Via Rail ofrece
en cada tren y en todas sus estaciones un servicio muy bueno y responsable. Su
personal, que es excelente, trata de
hacer gratos los viajes, algo que se nota en especial al abordar El Canadiense,
que no es un tren de gran velocidad como los rápidos trenes europeos o
japoneses, sino uno que no excede los 110 kilómetros por hora, pero que ofrece
coches cómodos y una experiencia de viajar placentera. El placer de viajar parece
un concepto olvidado hoy en día, pero es un concepto que este tren aplica. Este
tren es muy diferente de los odiosos aviones, apretados e incómodos, y sus
estaciones tienen muy poco en común con los aeropuertos –llenos estos de
pasajeros atemorizados, previendo el mal rato de la seguridad y sus chequeos que
en cualquier momento nos acosa con algún ataque a la dignidad personal. Además,
durante la mayor parte de los viajes en avión no recibimos más que alguna
bebida y el viaje mismo, apretado e incómodo, se nos presenta casi ya como un
castigo –excepto para quienes viajan en primera clase, que no son demasiados. Y
esto, teniendo en cuenta los crecientes costos de los pasajes, puede que
limiten el uso del avión en un futuro no tan lejano.
De los
grandes recorridos en tren, sin duda el transiberiano en Rusia parece ser el
más impresionante con una ruta de 9.259 kilómetros, 8 días de viaje y 67
paradas. Otro puede sea el de Moscú a Beijing con 8.984 kilómetros de recorrido
y 6 días de viaje. En Estados Unidos, el
Amtrak desde Chicago a Emeryville en California recorre 3.924 kilómetros en 3
días. El “Overland Route,” que dejó de operar en 1962 después de muchas décadas
en servicio, cubría de Omaha (Nebraska) a San Francisco (California) y contaba
con conexiones a muchas otras ciudades, siendo la primera ruta transcontinental
de ferrocarriles. El auge de los ferrocarriles
a fines del siglo 19 en Estados Unidos se convirtió también en un gran negocio
especulativo, y uno donde muchos pequeños y medianos inversionistas compraron
acciones en la bolsa de valores de líneas ferroviarias que nunca existieron.
Varios días
de recorrido en tren nos brinda una gran oportunidad de socializar y cuando uno
se aleja un par de horas de Toronto los equipos electrónicos, que casi todos acarreamos
como el caracol acarrea su caparazón, dejan de funcionar. Y quizás por eso
desde las personas más sociables hasta los más callados, tímidos o serios
terminan conversando animadamente. Y esto en El Canadiense ocurre especialmente
en su coche bar, que tiene un living con asientos que cubren 180 grados de su
semi-circunferencia, en donde unos miran a otros y se sienten invitados a la
charla. Será que lo que se da en esta
vida moderna alienante se interrumpe para dar lugar a toda una historia e
instinto basados en la práctica de sentarnos alrededor del fuego a hacer
amistad.
Los
pasajeros de El Canadiense no son uniformes, algunos son turistas, otros
estudiantes, y aún otros son trabajadores que se mueven hacia el oeste del país
en busca de oportunidad y aprovechan el tren porque en él pueden acarrear más
equipaje que lo que las líneas aéreas
les permite. Este coche de sociabilidad
cuenta con un segundo piso con vista panorámica –donde algunos pasajeros pasan
horas relajadas observando la inmensidad y la soledad de bosques y lagos
congelados. El ruido y el vaivén del
tren, absorbido en parte por la nieve, favorece el silencio que ayuda a
reflexionar. Es inevitable preguntarse cómo podríamos sobrevivir hoy en estas
latitudes con estos inviernos sin la energía y las comodidades modernas. Es
obvio que hemos perdido la capacidad de hacerlo, tampoco tienen capacidad de
esto los pueblos originarios cuyos antepasados poblaron este país gracias a su conocimiento
de la naturaleza de estos territorios obtenida en miles de años.
Generaciones
pasadas han seguramente experimentado viajar en tren en recorridos largos, yo
mismo durante mi niñez y adolescencia viajaba en tren frecuentemente, por
supuesto que el tren en que viajaba era my diferente de El Canadiense, aquel era
ruidoso y no muy bien cuidado, pero
igualmente muy útil. Aquel tren cruzaba campos y pueblos lluviosos y húmedos en
invierno encontrando mucha gente pobre, que en aquellos días los pobres vivían
cerca de la línea ferroviaria y sus niños con sus manitos humildes hacían adiós
al tren, que quizás para ellos era lo más entretenido que les pasaba en el día.
Hoy los
trenes ya no circulan por muchos lugares del continente americano; en Canadá y
en Estados Unidos hay hermosas estaciones abandonadas, o convertidas en bares o
restaurantes. En América del Sur es común ver estaciones, líneas ferroviarias,
locomotoras y coches de trenes abandonados. En Uruguay, Chile o Argentina los
ferrocarriles eran del estado pero para los años sesenta comenzó una política
de falta de inversión y mejora de los servicios ferroviarios, en parte debido
las presiones de empresarios de la industria de automóviles, buses, líneas
aéreas, y en parte debido a la mentalidad de oligarquías y gobiernos latinoamericanos
de imitar al Norte. Algunos servicios fueron privatizados, robados al
patrimonio del Estado que es de todos. En su afán de parecerse al Norte
“desarrollado”, Chile terminó con los
servicios de tramos largos pero dejó trenes turísticos de recorridos cortos
usando locomotoras y coches antiguos reacondicionados igual que en Canadá y
Estados Unidos. También existen los museos donde se presenta al tren como un
vestigio del pasado.
Durante mi
viaje escuché rumores de que en Canadá
El Canadiense, en su ruta desde Toronto
a Vancouver, puede ser privatizado. Cada verano tiene más demanda de pasajeros,
canadienses y turistas de Europa y Asia que hacen reservaciones hasta con dos y
tres años de anticipación, es un buen negocio pero el gobierno lo tiene en la
mira para su privatización, como tiene en la mira los Parques Nacionales a
falta de otras empresas públicas que el estado (federal, provincial y local) en
Canadá regala a los saqueadores de bienes públicos, incluso con subvenciones que
les aseguren ganancias. Y esto pasa en medio de la indiferencia, o la ignorancia,
de la mayoría de los canadienses. El gobierno canadiense, como tantos gobiernos
europeos y americanos, es en extremo neoliberal y no tiene oposición oficial que
cuente.
El futuro
del tren público pareciera que está en evidente peligro en todo el continente
americano pero el tren es igualmente el medio de transporte de pasajeros del
futuro. El tren es sustentable, ecológico, emite dos tercios menos de CO2 por
pasajero de lo que emite el avión. No hay planes para enfrentar la escasez, y
el creciente aumento del precio de los hidrocarburos. No existen los planes sustentables
en el transporte de pasajeros, como no existen planes sustentables en general. Parece que sólo el presente existe, un
presente de robo y especulación, un presente sin futuro. Acaso la salvación sea
usar conscientemente elementos valiosos del pasado para crear sociedades
balanceadas: producir localmente, vivir localmente, movernos en medios de transporte
menos contaminantes y más económicos, establecer un balance con la naturaleza,
darnos tiempo para reflexionar. Parece inevitable la vuelta del Caballo de
Hierro, nombre que los pueblos originarios daban al tren, como parece
inevitable si queremos tener futuro, la vuelta de la lógica y el fin de la
locura neoliberal.
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