España - Elefantes en Botsuana: ¡Vivan los paquidermos, viva la República!
17 abril 2012
Las
fechas las carga el diablo. El accidente de caza del rey de España en Botsuana,
mientras se dedicaba al implacable deporte de matar elefantes, vino a coincidir
con la conmemoración del octogésimo primer aniversario de la segunda república
española, proclamada un 14 de abril de 1931 cuando los partidos monárquicos
perdieron las elecciones municipales y Alfonso XIII decidió coger las de
Villadiego.
No se
trata de una simple anécdota. Bueno está lo bueno. Que el rey que supuestamente
se preocupa de la pobreza y desesperación de los españoles bajo la crisis,
invierta una fuerte suma –pública a todos los efectos dada su condición de Jefe
de Estado—en matar paquidermos en dicho país africano, supone un exceso que la
España de los cinco y medio millones de parados no puede aceptar así como así.
En este
suceso, caben todo tipo de consideraciones, empezando por las puramente
humanas: este nuevo revés del monarca tiene lugar la misma semana en que su
nieto Froilán sufre otro accidente de caza cuando estaba acompañado por su padre
Jaime de Marichalar, a quien no se detiene en ningún momento ni se cuestiona su
tutela, lo que no sería concebible en ningún otro caso a la luz de la ley de
protección del Menor. Mientras el niño se repone de su herida en el pie, su
abuela se encuentra en Grecia visitando a unos parientes pero nadie sabe que
Juan Carlos I ha viajado al continente africano de donde tiene que volver de
prisa y corriendo, a no se sabe qué precio, para ser operado de urgencia de una
fractura de cadera con cargo siempre a los menguados presupuestos de todos los
españoles sobre los que reina.
Todo esto
viene unido a los escándalos sobre las implicaciones de su yerno Iñaki
Urdangarín de la trama Noos de corrupción en Mallorca, la sorprendente falta de
imputación sobre su hija, la Infanta Cristina, que se desgravaba parte de los
gastos de la sociedad sobre la que ahora parece carecer de responsabilidades en
la compleja trama de Palma Arena. A España toda, la monarquía empieza a no
resultarle simpática. Nunca lo fue, pero siempre se salvó la figura del actual
rey por su aparente papel durante la transición. Ya no hay tal. Más allá de sus
amoríos bajo una sorprendente doble moral que tampoco le sale gratis a sus
súbditos, los partidarios de dicha forma de jefatura de Estado tendrían que
aprestarse a exigirle que abdicara en la figura de su hijo Felipe de Borbón,
antes de que cualquier nuevo José Ortega y Gasset proclamase de un momento a
otro lo de “Delenda est monarchia”.
En unos
momentos de clara incertidumbre sobre el futuro de España, la foto de Juan
Carlos I cazando elefantes es lo que faltaba para el canto de un duro. Porque
esa es otra, cabe preguntarse el contribuyente, ¿de dónde sale el presupuesto
para el viaje del rey y de su séquito a uno de los pocos países del mundo en
donde se permite la caza de elefantes, a cambio de sumas que oscilan entre 7
mil y 35 mil euros? ¿Cuánto ha pagado Juan Carlos y a cargo de qué partida
presupuestaria por dicha aventura? ¿Cómo ha viajado hasta allí y a quien
corresponde los costes de su excursión? ¿Cuántas personas componían su séquito
y qué dietas percibían por acompañarle?
Todas
estas preguntas tendrían que ser planteas en el Congreso de los Diputados. Y,
lo que es más, tendrían que ser respondidas con luces y taquígrafos. ¿Qué queda
de aquel rey que visitaba España preocupándose de los problemas de sus
habitantes o de ese otro que se reúne con empresarios que exigen el despido
libre y el recorte de los salarios para frenar una crisis que aparentemente no
afecta a sus safaris?
(Wikipedia)
Cuando
los elefantes se encuentran protegidos en casi todo el mundo, en diversos
países africanos, desde Camerún a Tanzania, Botsuana y Zimbawe, se permite su
caza. Legal o ilegal, como una fuente de corrupción y pelotazos, que ojalá no
haya sido explorada por la Casa Real en esta insólita expedición al corazón de
Africa.
Hoy por
hoy, se sabe que la tasa de muerte de elefantes por la caza furtiva en dicho
continente alcanza a un 8 por ciento anual, una cota mucho más allá de los
índices del 7,4 por ciento cada año que llevó hace dos décadas a la prohibición
internacional sobre el comercio de marfil y el exterminio de estos viejos
testigos de la prehistoria. Se calcula que a final de los años 80, aún había
alrededor de un millón de ejemplares de elefantes, pero su población actual se
sitúa por debajo de 470.000. Si se mantiene el mismo ritmo de caza en otros
veinte años apenas quedarán vivos los elefantes protegidos en los parques o los
que se encuentran encerrados en zoológicos. Sin embargo y si se tienen en
cuenta otras variables, los expertos, a la luz de dichos datos, sitúan su
extinción en libertad alrededor del año 2025.
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Detrás de
su caza, incluso aparentemente deportiva como los voceros de La Zarzuela
pretenderán hacernos creer, se encuentran oscuros intereses comerciales.
Distintos equipos de investigación científica han desarrollado ya métodos de
localización del origen del marfil que se comercia clandestinamente a escala
mundial y que, en base al ADN, permite cifrar la procedencia del mismo. Así,
puede ocurrir que el mercado negro de dicho producto en Singapur o en Hongkong
se nutra de piezas procedentes de Zambia o de Gambia.
Como dato
curioso, cabe reseñar que en vísperas del accidente real en Botsuana, el Comité
Permanente de la Convención Internacional para la Protección de Especies
Amenazadas (CITES) ha iniciado una serie de contactos para intentar atajar el
aumento del comercio ilegal de colmillos de elefante y cuernos de rinoceronte.
Vietnam,
China y Thailandia aparecen como los principales receptores mundiales de este
negocio cuya caza furtiva por cierto está provocando alteraciones genéticas de
tal calibre que ya hay elefantes que nacen sin colmillos en algunos países
africanos. Este comercio no es sólo ornamental sino que ha crecido
exponencialmente ante la supuesta creencia de que este tipo de cuernos y los de
rinocerontes pueden ayudar a combatir el cáncer, una hipótesis que no goza
todavía de contraste científico alguno.
Lo mismo,
tras recuperarse de esta nueva dolencia, el rey de España podría protagonizar
una campaña pública para frenar el contrabando y extinción de tales especies.
Antes de que sea su propia corona la que se extinga.
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